El gran fiasco de las CCAA

Aquellos que hemos vivido la implantación y desarrollo del Estado de las autonomías podemos dar fe de que estamos ante un gran fiasco, sobre todo los que ni nos hemos aprovechado ni encontrado ningún beneficio particular en este invento. Podría haber sido un Estado federal y entonces tendría sentido político, aunque con la espada de Damocles del independentismo de Cataluña y el País Vasco gravitando sobre nuestras cabezas, pero el Estado autonómico ha derivado en un monstruo de diecisiete cabezas con todos los vicios y casi ninguna de las virtudes del autogobierno. Las CCAA han sido un gran negocio para los que han encontrado acomodo en ellas, bien como funcionarios, subvencionados o paniaguados.

Muchos de los males de los que ahora nos quejamos se veían venir. Por ejemplo, las CCAA se nutrieron de trabajadores que ya estaban en la administración central con un plus, lo que situó los sueldos en una espiral de crecimiento absurda. Después copiaron todos los vicios del clientelismo, la autarquía y el proteccionismo, favoreciendo productos felizmente olvidados de los tiempos del hambre, subvencionando lentejas, garbanzos, gallinas y burros autóctonos que nos cuestan un ojo de la cara. Mientras el Estado desmontaba el INI las CCAA han creado miles de empresas públicas más caras que el original, además de su red de de parlamentos, embajadas y televisiones en un monopoly de despilfarro que han dado al traste con sus presupuestos y con los del Estado.

Lejos de acercar el gobierno al ciudadano, que fue la excusa inicial, han levantado fronteras donde no las había y han extendido los vicios del separatismo, con estatutos absurdos, al resto de comunidades en las que jamás se había levantado una bandera reivindicativa. El esperpento de los desplantes de las CCAA en el Consejo de Política Fiscal y Financiera ofende el sentido común ya que muerden la mano que les da de comer.  Montoro tiene razón. ¿Si no hay dinero a qué viene esta chulería?

Artículo publicado por Jesús F. Briceño en el diario LA GACETA (Madrid), el 7 de agosto de 2012

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