La ruleta griega

Los telediarios, igual que los periódicos, sin distinción de cadena o ideología, ofrecen machaconamente dos noticias encadenadas: los ministros y expertos se reúnen en Bruselas para solucionar los problemas de Europa, mientras sube el paro y las Bolsas caen a niveles del siglo pasado. Estamos pagando el sueldo a unos señores que no tiene ni idea de cómo salir de ésta y que siguen la teoría de que escampará cuando deje de llover. La crisis griega es un señuelo tras el que se escudan, ya que ni por tamaño, ni por PIB, ni por peso político su influencia es tal como para cargarse un gigante como la Unión Europea. La exposición de los bancos españoles a la deuda griega es ridícula comparada con los presupuestos de cualquier CCAA y, sin embargo, basta mentar su nombre para que se desplomen los mercados y suba la prima de riesgo.

Le echamos la culpa a los griegos cuando España es un sanedrín de gallos sin cabeza en el que las comunidades autónomas siguen desafiando al Estado con argumentos ridículos mientras la economía se desangra en discusiones estériles. El Banco de España con su suntuoso palacio es un dislate de irresponsabilidad que debería abrirse al público para solaz de los ciudadanos igual que en su día lo fueron el Retiro o la Casa de Campo. Max Estrella, rey del esperpento de Valle Inclán, lo hubiera hecho mejor que un gobernador sordo, mudo y ciego.

Decenas de miles de pequeños ahorradores, más indignados que los de la Puerta del Sol, hacen balance cada día, a eso de las cinco y media, hora lorquiana de amor y muerte,  de las pérdidas de sus acciones, bonos, preferentes, convertibles y fondos de pensiones.   De los parados ni hablamos, que  esos no tienen nada que contar. La economía se ha convertido en una ruleta en las que los crupieres tiran la bolita y rezan mirando al cielo jugándoselo todo a un número imaginario de la buena suerte. Nos engañan como a chinos echando la culpa a los griegos cuando nos tienen atrapados en un laberinto sin salida.

Artículo publicado por Jesús F. Briceño en el diario LA GACETA (Madrid), el 21 de mayo de 2012

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