La economía es una ciencia compleja que a veces sorprende por su obviedad. Más allá de la aplicación de complicados patrones matemáticos, los políticos que rigen nuestros destinos, y no sólo en España, han descubierto la clave del buen Gobierno, que no es otra que la estabilidad presupuestaria. Es decir, no gastar más de lo que se tiene, que no deja de ser la regla de oro de la administración familiar. Las grandes cumbres europeas de estos días van en esa dirección, ya que aunque sólo se señala a los países periféricos, como España, Grecia o Portugal, la deuda de Francia dobla a la española y tiene hipotecado casi todo su PIB y también las aspiraciones electorales de Sarkozy, y la de Alemania supera en quinientos mil millones a la francesa, por lo que Merkel tiene a su principal enemigo en su propia casa. Nadie está libre de pecado a la hora de tirar la piedra sobre tejados ajenos, salvo un pequeño detalle que el maestro Samuelson explica de forma simple: cuando las economías crecen acaban enjugando el déficit por astronómico que parezca. Así ha sido a lo largo del último siglo, pero existe la duda de si este milagro de la multiplicación de los panes y los peces va a volver a reeditarse en esta década.
Zapatero y sus ministros de Economía han sucumbido a los cantos de sirena del endeudamiento fácil y han tirado por la borda la norma de buen Gobierno que impuso Aznar sobre la estabilidad presupuestaria. Ahora echan mano de la vieja receta como el médico que descubre una medicina salvadora cuando el enfermo está ya en agonía irreversible y que le hubiera salvado la vida de haberse aplicado a su debido tiempo. El problema estriba en quién convence a los electores de que deben rebajar su nivel de vida, sobre todo el que depende de las prestaciones públicas, en proporciones que van mucho más allá de los tímidos ajustes que se han llevado a cabo hasta la fecha. Lo que está pasando en la Bolsa, con pérdidas de un 30 por 100 en muchos valores, puede ser un ejemplo de lo que nos espera.
Artículo publicado por Jesús F. Briceño en el diario LA GACETA (Madrid), el 18 de agosto de 2011
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