Apretarse el cinturón

La política económica presenta a veces grandes contradicciones que rayan en la demagogia. Por ejemplo, cuando políticos que nunca se han bajado del coche oficial o ejecutivos con sueldos obscenos, que aplauden las reformas, dicen que hay que apretarse el cinturón. ¿Qué puede significar para un directivo que gana un millón de euros al mes ganar un 8 por 100 menos? ¿Qué puede significar para los miembros de un consejo de administración, ojo, todos puestos a dedo, que salen por encima de 3 ó 4 millones de euros al año, congelar sus retribuciones? ¿Cómo explicar a los accionistas modestos de empresas del Ibex que han visto como sus títulos se han reducido a la mitad, que los responsables de las mismas cobren diez veces más que el salario del Rey o veinte veces más que el del presidente del Gobierno? Eso sin contar las empresas que están dando pérdidas y a sus directivos se les premia con sueldos e indemnizaciones de vértigo. Es muy fácil hablar de apretarse el cinturón cuando un agujero más o menos no va a cambiar tus hábitos de vida o tu restaurante favorito.

Sorprende también la sonrisa de los políticos cada vez que anuncian un nuevo ajuste o recorte. Es cierto que los asesores en fotogenia así se lo recomiendan, ya que no hay que dramatizar y siempre hay que dar una imagen positiva, pero maldita la gracia que le hace a mucha gente las decisiones que se están tomando. Ahora se proponen algunos experimentos con los parados de dudosa utilidad, como el trabajo social, que no es más que una cortina de humo ante la imposibilidad de crear empleo.  La ministra, que ha sido capaz de presentar una reforma laboral necesaria, se está  metiendo en un charco que trata de desviar la atención hacia las CCAA y ayuntamientos que están más tiesos que la mojama. El parado no es un parásito ni hace falta tenerlo entretenido. Sea valiente y regule cuándo se pierde la prestación si se rechazan ofertas de empleo. Los experimentos, como dijo Eugenio D’Ors, con gaseosa.

Artículo publicado por Jesús F. Briceño en el diario LA GACETA (Madrid) el 11 de marzo de 2012

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