Un año más los presupuestos generales del Estado han iniciado su andadura parlamentaria sin pena ni gloria. La mayoría absoluta del PP los hace inviolables y las sandeces que proponen el resto de los grupos los convierten, por eliminación, en los mejores presupuestos posibles. Que se cumplan o no es como esperar que te toque el gordo en la lotería de Navidad.
Tienen razón los que critican que estas cuentas están condicionadas por el pago de los intereses de la deuda, nada menos que 38.500 millones, pero ni es una sorpresa ni es evitable. Cualquier grupo parlamentario con aspiraciones de gobernar que hubiera presentado unos presupuestos alternativos, tendría que haber consignado una cifra similar, salvo que hubiera optado, como propuso IU y otros satélites, por la suspensión de pagos y la quiebra del Estado. La deuda de ochocientos mil millones que soporta España no se ha generado en once meses de Gobierno del PP, al que podemos acusar de muchos errores, pero no de éste, precisamente.
Dice la izquierda que la deuda es ilegítima y olvida que gracias a esta deuda se han pagado pensiones, sanidad y educación a lo largo de los últimos años. Se podrá discutir sobre el rescate a la banca, pero los que más las pían son los que contribuyeron a engordar el cerdo. Nos hemos quedado huérfanos de oposición y el ministro Montoro no ha tenido desde los escaños del contrapoder una réplica digna para enmendar estos PGE que no sea surrealista o demagógica. La alternativa de Rubalcaba brilla por su ausencia y ni siquiera los grupos catalán o vasco, que en Parlamento nacional han hecho gala de bastante sentido común, han hecho aportaciones o críticas razonables, obsesionados como están por la deriva independentista.
Artículo publicado por Jesús F. Briceño en el diario LA GACETA (Madrid), el 28 de octubre de 2012
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